La danza en particular y el arte en general tienen una deuda con el día de hoy. Hace ahora exactamente 100 años que los Ballets Rusos debutaron en el Théâtre du Châtelet de París. Esa noche, con el estreno de la compañía empezó un cambio artístico que marcó la primera parte del siglo XX y cuya estela se mantuvo duró muchos años. Para que eso ocurriera tuvo que llegar a la capital francesa una compañía fundada en San Petersburgo por el promotor Sergei Diaghilev, el pintor Alexandre Benois y el bailarín-coreógrafo Mijail Fokine, un trío de personalidades que desde hace unos años intentaban sacar al ballet de la parálisis en la que se encontraba.
Los tres consideraban que con la danza podían conseguir el arte total, uno que contara con la interpretación, el baile, la música y la plástica unidas. Aunque empezaron a trabajar juntos en la ciudad rusa, donde ya habían mostrado sus intenciones con trabajos anteriores, la comunión con el público tuvo lugar en París. Allí descubrieron y fueron descubiertos por la vanguardia artística que propició el cambio que se produjo a continuación. Así se inició una colaboración entre los principales artistas de la época y la compañía.
Los Ballets Rusos bailaron creaciones musicales de Stravinsky, Prokófiev, Debussy, Poulenc, Ravel, Satie, Richard Strauss o Falla, muchas compuestas para la compañía. Para esas obras escribieron textos, ya sea como libretos u otro tipo de colaboraciones, Cocteau y Apollinaire. Los decorados y figurines salieron de las manos de Piccasso, Gris, Matisse, Ernst, Braque, De Chirico o Goncharova, además de las de que hicieron el viaje de San Petersburgo a París (Benois y Bakst). Entre todos cambiaron la danza y el arte de principios del siglo XX, aunque como suele ocurrir en estos casos no fue de golpe ni las obras más importantes desde el punto de vista artísticas fueron las mejor recibidas.
El primer éxito lo obtuvo la compañía la noche del estreno en la que se presentó con 'El pabellón de Armida', 'Danzas Polovestianas' y 'El festín'. Pero el mayor germen del cambio llegó mes y medio después con 'Chopiniana', rebautizada 'Las sílfides' para la ocasión. La coreografía de Fokine, cuya primera versión había sido estrenada unos años antes en San Petersburgo, mostró las pautas de la danza del siglo XX como ya había también hecho con la simbólica 'La muerte del cisne' en 1905.
A los éxitos de la primera temporada siguieron otros, ya con obras nuevas. Entre las más celebradas están 'Petroushka' (1911), una obra creada con la participación de media compañía, y 'El espectro de la rosa' (1911), una pequeña pieza que Fokine con la que la pareja Vlaslav Nijinsky-Tamara Karsavina llegó al máximo. Fue durante su estreno en Montecarlo cuando el bailarín atravesó la ventana de un salto, de entrada, salida o en las dos direcciones, según el 'testigo presencial' al que haga caso.
Y llegaron los escándalos
Pero tras los éxitos llegaron los escándalos. Si ya con el estreno de 'La siesta del fauno' (1912) se había montado un buen alboroto al considerar parte del público provocativa y erótica la obra, basada en un poema de Mallarmé y con música de Debussy, el follón fue absoluto con la 'première' de 'La consagración de la primavera' (1913).
La pieza, como la anterior, era de Nijinsky, sobre la rupturista música de Stravinsky. Esto hizo que el escándalo empezara con los primeros compases de la orquesta dirigida por Pierre Monteux. Los abucheos, pateos y gritos por algo considerado estruendoso no impidieron al maestro continuar con su trabajo, ya que tenía órdenes de Diaghilev de que la orquesta no dejara de tocar pasara lo que pasara. Así hizo, mientras Nijinsky, entre bastidores con su hermana Nijinska, contaba en voz alta los compases para que los bailarines pudieran saber cuando tenían que empezar.
En ese momento todo empeoró. La 'furiosa' coreografía partió por completo al público. Una parte enfureció hasta el límite, mientras otra (entre la que se encontraba algunos de los principales artistas de la época como Cocteau, Poulenc, Debussy o Ravel) aplaudía entusiasmada. Y llegaron los lanzamientos de objetos al escenario, las peleas entre los espectadores que convirtieron la platea del teatro Champs-Élysées en una especie de graderío futbolístico 'avant la lettre' de donde salieron a la carrera Diaghilev, Nijinsky y Stravinsky para refugiarse en el Bois de Boulogne antes de que los detractores les explicaran su parecer.
La postura de Diaghilev
El escándalo, y otros problemas, no contrarió a Diaghilev. Al revés, le pareció lo mejor que le podía pasar a la compañía para aumentar su popularidad y prestigio. Éstos aumentaron, a pesar de los cambios que se producían por abandono de algunos de sus integrantes o despidos por parte del director. El más famoso fue el de Nijinsky, causado por una boda (1913) con una mujer que Diaghilev no soportó.
Eso fue antes de que la compañía recalara en España, a causa de la Primera Guerra Mundial, donde realizó giras por gran parte del país y tuvo aficionados entusiastas. El más famoso fue Alfonso XIII que llegó a enviar una nota al promotor disculpándose por acudir tarde a un estreno debido a que acababa de cambiar el gobierno.
Al acabar la guerra abandonó España y volvió a una Europa que era diferente. Aunque los principales problemas llegaron de otra parte. Uno muy importante fue la ruptura del equilibrio entre las diferentes artes, relegando la danza a un segundo plano ya había ocurrido con 'Parade' (1917). Pero lo que acabó con la compañía fue la muerte de Diaghilev en 1929, que disolvió los Ballets Rusos para siempre, sin que las compañías que intentaron sustituirla, formadas por algunos de los grandes artistas que integraron la original, lo consiguieran.
Fuente: elmundo.es
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