"Últimamente ya no me comparan ni con Nureyev ni con nadie; al contrario, empiezan a comparar a otros conmigo"
Fue el niño prodigio del ballet que, ignorado por las compañías españolas y, a punto de dejarlo todo, triunfó en París. Con 19 años sorprendió al mundo entero al convertirse en primer bailarín del American Ballet Theatre de Nueva York. Hoy, triunfa con su propia compañía y debuta como coreógrafo en el Festival Castell de Peralada (Girona) el próximo día 30.
Por ELENA PITA
Era entonces una sonrisa a una cara pegada. Pero han pasado 13 años desde aquella fría mañana de febrero en que lo encontré paseando su radiante rostro por las calles del Upper West Side de Manhattan. Era el niño prodigio que, después de ser rechazado por Víctor Ullate, en sólo un año había conquistado la Medalla de Oro de París y el puesto de primer bailarín en el American Ballet Theatre (ABT). Han pasado 13 años, digo, y el prodigio no se ha desvanecido: Ángel Corella (Colmenar Viejo, Madrid, 1975), además de convertirse en uno de los bailarines más aplaudidos del mundo (si no el más), con la ayuda de su tesón y un plan diagramadísimo, ha montado su propia compañía de ballet clásico, reconocida ya como una de las mejores del mundo. Ya no lleva la sonrisa pegada: hay que buscársela. La envidia y los reveses de la vida han hecho que sus proporciones de niño feliz, sobre todo feliz, se amolden a sus pómulos, a su barbilla. Hay que buscarla, y juro que la encontré, la sonrisa o la ilusión y una madurez apurada; la encontré en el rato que pasamos en su camerino del Liceu de Barcelona, y pese a las continuas interrupciones de su encargada de prensa, que nos mandaba callar con maneras de nurse aunque patria (menos mal que me había concedido la entrevista en exclusiva). El próximo día 30, Ángel Corella estrena su primera coreografía en el Festival de Peralada, Girona. Sexteto de cuerda sobre partitura de Chaikovski: una búsqueda de la modernidad en la pureza clásica.
P.¿Se queda definitivamente?
R.¿Dónde? No sé ni donde estoy.
P. Pues aquí, en este país.
R. Me quedo, sí, pero seguiré bailando mi temporada de primavera en el ABT: voy, bailo y vuelvo. Y también, como artista invitado de las compañías internacionales que me llaman; ahora vengo de San Petersburgo y me voy a Finlandia.
P. ¿No es agotador?
R. Sí, pero hay que mantener el nivel internacional, es bueno para la compañía: quiero que pronto empiece a tener entidad al margen de mí.
P. Cuando le conocí, con 20 años, recién llegado a Nueva York, se decía que seguía usted los pasos de Baryshnikov. ¿Qué siente ahora cuando le comparan con el gran Nureyev?
R. Últimamente ya no me comparan con nadie, al contrario, empiezan a comparar a otros conmigo. Es fantástico formar parte de una historia que se va repitiendo, y que me comparen con ellos como bailarín clásico, para mí, es un gran honor.
P. Fíjese, entonces me dijo: «Es muy difícil que un bailarín llegue a ser un buen director, porque tiene que olvidarse completamente de lo que ha sido, de ese deseo de pasar el baile por ti». ¿Lo logrará?
R. Huy, sí, creo que lo lograré: he bailado tantísimo y he dado tanto, que dirigir es otra forma de canalizar mi deseo y mi amor por la danza.
P. ¿Se desdice?
R. Sí, rectifico. Es difícil, pero creo que lo he conseguido.
P. ¿Qué cuenta en su ópera prima, Sexteto de cuerda, y por qué Chaikovski?
R. Desde que era niño, Chaikovski es uno de mis compositores favoritos, sobre todo por su melodía: es muy emotivo. Estaba buscando una música para un ballet clásico, pero innovador, tutús con manga larga y cuello de camisa, y de pronto cogí esta melodía y enseguida visualicé lo que cuenta: es como un souvenir de Florencia en su época dorada, siglo XIX. Terminé la coreografía en semana y media, un ballet de casi 40 minutos.
P. El repertorio de la compañía también incluye piezas contemporáneas y neoclásicas, y algunas fueron creadas para el ABT. ¿Tiene un acuerdo de cooperación con ellos?
R. No, es un intercambio sin acuerdo, me traigo algunas piezas porque me parecen lo mejor y en Europa no se han visto, y trato de que el repertorio sea lo más equilibrado posible. A la gente del clásico nos gusta también hacer contemporáneo, pero al contrario no sucede lo mismo: nos rechazan y nos atacan muchísimo, y yo creo que es para defenderse. Porque en el clásico es completamente imposible mentir: si saltas, saltas, y si te caes, lo haces estrepitosamente. En el contemporáneo en cambio, las cosas se difuminan, puedes tener errores y puede que no se noten, si te caes pero ruedas de determinada forma hasta puede quedar bonito y parecer parte de la coreografía.
P. Corella, ¿por qué creó una fundación con 26 años?, ¿una fundación no es cosa de personas muy mayores y consagradas?
R. Para que cuando el proyecto saliese adelante todo estuviera muy claro, que nadie pensase que lo hacía para enriquecerme, y que ante cualquier duda el protectorado de fundaciones supiera a dónde va destinado cada euro. Hasta ahora he perdido muchísimo dinero, mío personal: ya sólo cobro por mis actuaciones con compañías extranjeras.
P. Dice que lo suyo fue peor que lo de Billy Elliot. Cuéntenos cómo fue esa infancia de niño diferente.
R. Fue difícil, pero no eché nada de menos porque no conocí otra cosa. No tuve amigos, apenas los otros dos marginados de la escuela: la niña gruesa y el niño de rasgos orientales. Así que éramos tres: la gordita, el chino y el bailarín. Pasaba el tiempo con mis tres hermanas, que han sido mi soporte. Pero era tan feliz bailando que no me di cuenta de que aquella niñez no era normal; es decir, era un marginado pero muy, muy alegre.
P. O sea, que la sonrisa no fue nunca impostada.
R. Al contrario, era un chico extremadamente feliz, siempre con mis patines o en mi bicicleta, a 200 por hora por las calles de Colmenar, en busca de piezas para mis obras de carpintería, que era mi otra pasión.
P. ¿Cree que hoy sería peor?
R. Para nada, hoy sería muchísimo más fácil. Hay tantos grandes bailarines representando a España y tantos programas tipo Fama donde también los hombres bailan, que ya no se asocia necesariamente con una orientación homosexual sino que se entiende como una forma de expresión.
P. De cualquier modo, la segregación sexista pervive en las escuelas de modo totalmente anacrónico, ¿qué haría falta para erradicarla?
R. Yo creo que es algo que inculcan algunas familias, no el sistema educativo, pero se transmite en los colegios. Es una cuestión de educación social de adultos. Sin embargo, ya no ocurre lo que a mí me pasó, que un par de profesoras me aconsejaron dedicarme a una profesión más viril. No, los profesores hoy están más formados.
P. ¿Qué cara le ponen, por ejemplo, los niños cuando le escuchan hablar de ballet en los talleres que ha impartido en escuelas?
R. Pues al principio siempre se da la típica risita boba, cuando nos ven actuar en mallas y con suspensor; y, cuando viene el turno de las preguntas, suelen soltar la primera gracieta que se les ocurre. Pero si cortas a tiempo esa estupidez, a partir de ahí sus preguntas son siempre mucho más inteligentes de lo que yo podría esperar. El segundo año que fuimos, la reacción ha sido completamente distinta: hubo mucho más respeto y predisposición a aprender algo nuevo.
P. Corella, y ¿qué cara ponía su padre cuando veía bailar con tutú a su único hijo varón?
R. Me apoyó en todo momento; él sabía que lo iba a pasar mal, pero me dijo que si eso era lo que deseaba, adelante. Mis padres son personas muy especiales, muy evolucionadas espiritualmente, y haber nacido en el seno de esta familia me ha facilitado muchísimo las cosas. A él, le sigue gustando el fútbol, pero ahora es un apasionado de la danza. Los dos vienen siempre a verme, y él es el primero que se emociona.
P. ¿No les dolía su condición de chico marginado?
R. Si me hubieran visto deprimido, claro que se hubieran preocupado, pero como yo estaba siempre tan feliz en casa... Se preocupaban mucho más por lo descontento que estaba dentro del mundo de la danza que por mi marginalidad en el colegio.
P. La danza-escuela que proyecta, ¿es un modo de proteger a los bailarines del bulling y la marginación?
R. Por supuesto, el vivir en un entorno donde lo tienes todo integrado, colegio, residencia, escuela de baile, comedor, y donde todos se dedican a lo mismo, te hace sentirte protegido y acompañado por gente que se preocupa por ti, desde tutores hasta nutricionistas. Queremos que sea una de las mejores escuelas internacionales de danza clásica del mundo, y para eso he estado visitando y trabajando en las más reconocidas: la del Royal Ballet de Londres, la escuela americana, la australiana, la japonesa, y he extraído e incluido en el proyecto lo mejor de cada una.
P. ¿Cuándo empezará a funcionar?
R. Cuando tengamos la sede totalmente terminada. De momento, la obra está parada por la crisis. El anterior alcalde de La Granja (Segovia) nos ha brindado el Palacio de Santa Cecilia, un lugar maravilloso al que quería darle un fin cultural.
P. Y esta escuela, ¿ no es, en cierto modo, su particular ajuste de cuentas con los malos tratos que recibió de niño, de compañeros y maestros?
R. No, ni tampoco quiero demostrar nada, sino hacer realidad un sueño. Entiendo que para una institución pública puede ser complicado poner las bases de una compañía, pero si los primeros pasos se dan en el ámbito privado, las cosas se agilizan y la ayuda oficial siempre llegará a tiempo.
P. Corella, ¿por qué cree que Víctor Ullate no le valoró como debiera?, ¿tal vez por su excesivo temperamento, o su inconmensurable ego?
R. Eso habría que preguntárselo a Víctor, yo creo. ¿Se conoce a algún bailarín dentro de su compañía?
P. Usted, Tamara Rojo y unos cuantos más.
R. No, no, pero dentro del ballet. Él no quiere una estrella dentro de su compañía, sólo brillan cuando se van. Y ahí es donde yo quiero hacer las cosas diferentes, no quiero ser como Ullate ni como Duato: mi compañía se llama, de momento, Corella Ballet y espero retirarle pronto el Corella, pero lo importante son los bailarines y no el director. Porque, mañana, el público no vendrá a verme a mí, que estaré retirado o quién sabe, sino a cualquiera de ellos, maravillosos todos.
P. ¿Qué recuerdos tiene de Ullate, qué siente hoy hacia él?
R. Temor, siempre le hemos tenido temor, todos los bailarines. Inculcaba el respeto a través del temor, y yo no creo que esto sea necesario. Yo salgo a cenar con mis bailarines y cuando entro en el ensayo, se estiran y me respetan como a su director, por lo que hago.
P. Lo cierto es que estuvo a punto de dejarlo, por algo tan prosaico como el bricolaje, ¿no es cierto? ¿Su madre fue la culpable de su persistencia?
R. Sí, mi madre y unos amigos que, como ella, trabajaban para UNICEF, y que me aconsejaron que, antes de dejarlo, me presentara a una competición de danza. Y así participé y gané el Gran Premio y la Medalla de Oro del Concurso Internacional de Ballet de París, en 1994.
P. Bueno, y al parecer todo hunde sus raíces en el Centro Gallego de la Habana y en un abuelo escritor, Agustín López Nieto. ¿Llegó a conocerlo?
R. Sí, pero ya le había dado un ataque cerebral y no reconocía. Había sido una persona muy inteligente y muy melómana, mi abuela fue quien me transmitió su espíritu. Después de mi madre, ella ha sido la persona más influyente en mi vida.
P. Aquella infancia, su pasado, ¿no está en la esencia de su forma de ser valiente, arriesgada, sobre todo emprendedora?
R. Creo que sí. Los seres humanos, de todos modos, somos sorprendentes. Y a lo largo de todos estos años en el mundo de la danza he aprendido algo inimaginable para mí: que hay gente con muchísima malicia, y que, encima, son inconscientes de ello y no pueden cambiar.
P.¿A veces piensa en su carrera como una especie de prodigio?
R. Yo creo que estaba en cierto modo predestinado. Y cuando la gente me pregunta cómo todo esto que he hecho no se me sube a la cabeza, mi respuesta es que siento las cosas que me han sucedido como algo natural, algo que debía suceder porque estaba escrito, predeterminado, así que a mí no me ha sorprendido.
P. Corella, ¿se siente blanco de muchas envidias, en el mundo de divas y divos que le rodea?
R. Por desgracia, sí. Pero no yo, sino el proyecto. La gente del gremio me decía con la boca muy grande que esto no iba a suceder, parecían saber más que yo; y han intentado echarlo por tierra con críticas malas y ciegas cuando el público aplaudía a rabiar. Pero yo creo que si hay envidia es porque la compañía es buena y les pica: son ataques tan obvios...
P. Dígame, ¿por qué la danza necesita y reclama siempre apoyo de los dineros públicos?, ¿acaso no puede darse una compañía independiente, como ocurre en el teatro, en el cine, en la editorial?
R. No, porque la Ley de Mecenazgo en este país lo hace imposible: la gente que nos apoya, como Tous, sencillamente nos regala el dinero. Y esto es así porque se entiende que la danza clásica es un capricho, y no una necesidad como lo es, para cubrir un hueco que llevaba vacío 22 años.
P. Sueña con hacer de La Granja el Salzburgo de la danza. ¿Qué más sueña para su vida?
R. Que la compañía adquiera solidez socioeconómica, porque artísticamente ya la tiene. Y que la cultura política nos tenga en cuenta como una compañía primordial para el país, porque tiene ya una calidad y es reconocida internacionalmente entre las mejores: que no la dejen morir.
Fuente: elmundo.es
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